Donde nunca pasa nada

lunes, 3 de mayo de 2010


( Este cuento naturalista fue inspirado en una noticia real)
Por: Abril Becerra Muñoz

Era una noche fría, oscura, cubierta por una neblina espesa y carente de estrellas. La luna, en cambio, se imponía con sus destellos, pese a la leve mordedura de su cintura.

La calle estaba solitaria a esas horas de la noche, no habían sonidos, vehículos o animales que se interpusieran en la calma de ese desértico paisaje. Lo único que molestaba un poco, era la línea continua y blanca que dividía la carretera, además de los postes del alumbrado eléctrico que se encontraban surcando el camino. Camino que, a la vez, estaba cerrado por una hilera de parcelas dedicadas a la agricultura.

Las horas transcurrían melosas, lentas, casi cojas, hasta que de pronto, desde el infinito de la calle, nació un sonido similar al rugido de una bestia hambrienta y, junto con ello, se escuchó el gritar histérico de una muchedumbre.

Se trataba de una camioneta Volkswagen color blanco que se aproximaba desde lo más oscuro del camino a una velocidad cercana a los 120km/hr. Sus llantas elevaban fuertes chispas producto de su roce con el cemento, mientras que los ventanales temblaban al compás de un ritmito punk.

El chofer era joven, no debía tener más de 18 años. Iba vestido con una sudadera negra estampada con unas letras que decían: “La Polla Record”. Junto a él iba una chica que constantemente miraba el kilometraje del vehículo. Parecía asustada y, en más de una ocasión, se acerco tímida al conductor y le susurró al oído:

- Omar, anda más lento, me da miedo …

En la parte de atrás de la camioneta iban cinco jóvenes y dos chicas compartiendo un pito de marihuana. Gritaban, saltaban y, de vez en cuando, uno de ellos se encaramaba sobre los muslos de una de las jóvenes y le mordía los pezoncillos que resaltaban de su blusa blanca. Ante esto, la chica explotaba en risotadas, las que resaltaban aun más dado a que su lápiz labial rojo se había corrido de forma exagerada, acentuando así, su risa perdida entre la bulla.


Mientras tanto, la otra niña que iba junto a los muchachos, comenzaba una conversación que recaía en temas de Revolución, en que todos eran unos vendidos al sistema, en que esta vida era una mierda y que ya nada le parecía certero.

- Por que todos somos una mierda, compañero, todos…. – agregaba mientras sus mejillas se sonrojaban y sus ojos verde olivo se ahogaban en lágrimas.

Otro de los jóvenes tenía una barba larga y un pelo negro revuelto. Todos lo llamaban por el nombre David, y se notaba que era el mayor del grupo. Él escuchaba en silencio todo lo que ocurría; desde los “toqueteos “obscenos de la parejita de los pezones, hasta el monólogo sostenido que llevaba la otra joven con los dos muchachos que sumidos en la droga no eran capaces de pronunciar palabra alguna.


De pronto, el auto se remeció. El chico que ya lamía de forma asquerosa el cuello de su ya conquistada mujer saltó lejos hacia la calle. El chofer, en cambio, se aferró al volante, cortando, de este modo, sus manos con el solo presionar del manubrio. La chica que iba junto a él, en cambio, despedazó el parabrisas tras salir disparada al cemento.

Al mismo tiempo, el auto rodaba; 3 vueltas, 4 vueltas, 5 vueltas… ¡ Crash! Retumbó el sonido espeluznante que se generó tras el choque frontal de la camioneta con el poste de la luz.

Maldito Dios, susurró alguien y , luego , silencio.

El único que quedó en el auto fue el chofer, quien desde su posición al revés del mundo, y con la adrenalina ya mermada, pudo ver el letrero de una de las parcelas que rodeaba la calle. Este decía ; Camino Las Acacias, altura de la parcela 22A.

Los cuerpos estaban arrojados, los hombres se levantaron, encontraron a las dos chicas que iban en la parte trasera de la camioneta. Una estaba muerta; su cráneo se había despedazado en contra del cemento y sus brazos estaban quebrados por completo. Lo único de su cuerpo que aun parecía vivo, eran las puntillas de sus senos aun ardientes.

David llamó a la policía. Pronto se encontró en el lugar un contingente completo de servicios de emergencia. Encontraron el cuerpo de la chica desaparecida; era la niña que iba junto a Omar en el volante. Llevaba la cabeza ensangrentada e iba callada. Parecía resignada a una muerte que la abordaría en el hospital.

Los chicos no hablaban. Ninguno de ellos resultó herido gravemente.

Y la noche seguía en silencio. Plasmada la calma en el reloj de esa madrugada. El sonido enmudeció y todo retornó a su habitual paz. La luna no cayó al suelo y las estrellas continuaron arropadas en la bruma espesa de esa noche esperando el día siguiente, y el siguiente, y el siguiente…

1 comentarios:

armadebarrio dijo...

oie... yo igual iba a publicar un cuento... deja de copiarme antes...